Producir algo que ya existe no me interesa. Si un experimento nuevo se ha realizado y ha habido un resultado, no vale la pena hacer el mismo experimento de nuevo."
György Ligeti
Partiendo de esa premisa es fácil imaginar el shock que pudo suponer para Ligeti la pequeña trampa que le tendió el compositor Per Nørgård.
A finales de los sesenta ambos compositores formaban parte de un comité encargado de seleccionar obras nuevas para ser interpretadas en los Días de la música Nórdica. En el montoncito de obras que debía revisar Ligeti, y sin que este se percatase, Nørgård introdujo una sorprendente partitura de un olvidado autor danés. Estaba convencido que esta música iba a llamar la atención de Ligeti de una manera muy especial.
El propio Nørgård nos relata cómo sucedió todo:
"Empezó a leer. Yo le miraba de reojo, a ver cuando cogía Música de las esferas, ya que esa era la obra, de Rued Langgaard, que me había cautivado: Compuesta en 19...1917, así que a principios de 1900; 1917 o 1918, tan temprana y tan inesperada para la música de aquel tiempo, porque emplea esos cluster, que suenan ya desde el comienzo, de manera llamativa todo el rato. (...) La partitura es muy rara también para Langgaard, no me recuerda a nada suyo que se le parezca.
De todos modos llegó el momento en que György asió la partitura...y como estábamos sentados ojeando las partituras (...) de un montón de partituras, primero leíamos así [por encima], para ver cual es la textura, y así hizo Ligeti...y fue encantador ver como la velocidad...ritardando...el cada vez más lento pasar de la páginas...
Comenzó a mirar más y más (...) y comenzó de nuevo desde el principio. Y ahora estaba leyendo todo.
Entonces tomó su vaso (...) e hizo así [llamando la atención]
—Caballeros...
declaró ante la sorpresa de los presentes. Aunque yo no estaba tan sorprendido... actué como si lo estuviera.
—...Caballeros, tengo que informarles que soy un...
y entonces miró la portada
—¡...epígono de Langgaard!"
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