29 mayo 2013

La importancia del contexto

Los primeros años del siglo XX fueron especialmente intensos para Maurice Ravel. Por aquella época el joven músico intentaba abrirse un hueco en el mundo de la composición, y para ello se presentó en repetidas ocasiones al prestigioso Prix de Rome que concedía la Academia de Bellas Artes y que posibilitaba una estancia de estudios de dos o tres años en Roma. Se presentó en los años 1900, 1901, 1902, 1903 y finalmente en 1905, alcanzando “únicamente” un segundo premio en 1901 por su cantata Myrrha. Durante estos años Ravel compuso su Pavana para una infanta difunta (1899) y los Jeux d’eau (1901), ambas para piano (aunque la Pavana fue posteriormente orquestada por el mismo Ravel). También pertenece a esta época su  Cuarteto de cuerda en Fa Mayor.




Compuesto entre los años 1902 y 1903, fue estrenado el año siguiente por el cuarteto Heymann. La recepción de la obra fue bastante desigual: el dedicatario de la misma y profesor de Ravel, Gabriel Fauré, criticó el último movimiento afirmando que era “raquítico, poco equilibrado y de hecho un fracaso”, mientras que al parecer Claude Debussy se mostró favorable a la composición, dedicándole a Ravel las siguientes palabras: “En nombre de Dios y en el mío propio, te imploro que no cambies una sola nota de tu cuarteto”.[1]

La obra se compone de cuatro movimientos que se relacionan ciclícamente. El primer movimiento nos presenta una forma sonata bastante clara. En la exposición encontramos el primer tema en Fa Mayor, una transición relativamente larga y el segundo tema. Este segundo tema no se presenta en la tonalidad de la dominante (Do mayor), que sería lo más habitual, sino en la tonalidad relativa menor, esto es re menor. Como es característico en Ravel, usa colores modales ya que no emplea la sensible, sino que en este caso hace uso la escala menor natural (el modo eolio). Estos colores modales son empleados durante toda la obra y le dan parte de su especial color. Tras un desarrollo en el que sonoridades octatónicas se unen a las sonoridades modales llegamos a la reexposición que nos presenta el primer tema, de nuevo en la tonalidad principal de Fa Mayor. Tras la correspondiente transición nos encontramos con el segundo tema, que de acuerdo la práctica habitual se presenta en la tonalidad principal, Fa Mayor. Sin embargo, si nos fijamos bien, aquí Ravel realiza un truco digno del más hábil prestidigitador.

Tomemos los primeros compases de este segundo tema y comparémoslos con los cuatro primeros compases del mismo tema en la exposición. ¡Tanto los violines como la viola tocan exactamente las mismas notas que en la exposición! ¿pero no habíamos dicho que en la exposición el tema estaba en re menor y en le reexposición estaba en Fa Mayor?. Pues así es, solo que en vez de transportar el pasaje completo una tercera más agudo, Ravel se conforma con cambiar los pizzicatos del violoncello, de manera que el contexto armónico cambie completamente, y las mismas notas suenen en nuestro oído con una función armónica diferente.


2º tema en la Exposición


2º tema en la Reexposición

Cómo todo buen ilusionista, Ravel realiza su truco de una manera absolutamente fluida, casi sin que nos demos cuenta. Por supuesto esto requiere una estudiada preparación del terreno: los compases previos al comienzo del segundo tema tanto en la exposición como en la reexposición preparan de manera efectiva las tonalidades que Ravel quiere que oigamos en cada momento (re menor y Fa Mayor respectivamente).

Quizás fueron este tipo de artificios, a la vez sutiles y sofisticados los que llevaron a Stravinsky a definir a Ravel como el más perfecto relojero suizo.




[1] No existen pruebas documentales que confirmen este hecho (Williams, G., Ravel. The string quartet. Mayflower study guides, p. 9)